Por Leopoldo Ramírez Alarcón, Director Ejecutivo del Consejo de Rectores de Institutos Profesionales y Centros de Formación Técnica acreditados –Vertebral–, y Profesor de la Facultad de Derecho, Universidad Andrés Bello.
Julio Labraña Vargas, Investigador Asociado del Centro de Políticas Comparadas en Educación Superior, Universidad Diego Portales.
Pocas dudas existen que la pandemia de Covid-19 que por estos días vive el mundo tendrá múltiples repercusiones en la economía. Chile, con “su loca geografía” –como diría el escritor Benjamín Subercaseaux–, y su prácticamente completa apertura comercial al orbe, podría convertir a la nación en uno de los países más afectados por la inminente crisis. Y la educación superior no se encuentra ajena a esta situación. Forzadas a transitar rápidamente a una enseñanza a distancia, las instituciones del sistema terciario de educación se enfrentan al desafío de conducir sus actividades docentes con un estándar de calidad y pertinencia en el actual entorno virtual.
Sin embargo, como indica un viejo proverbio inglés, la necesidad suele ser la madre de la invención. Tal vez sea temprano, e incluso aventurero querer extraer lecciones de la situación que aun transcurre, pero como una conclusión preliminar, transversalmente compartida, todo parece indicar que no hay dos opiniones sobre ciertas materias a las que sería propicio incorporarles interrogantes.
Primero, las Instituciones de Educación Superior (IES) tendrán que avanzar hacia la transformación digital de varios o incluso todos sus procesos, entre los cuales el mayor desafío está dado por los formativos. Esto, naturalmente, no es algo que se pueda practicar de la noche a la mañana porque no es tarea fácil ni económica; muy por el contrario, requiere de modificaciones integrales en las organizaciones técnico-profesionales y universitarias, especialmente en términos de su cultura organizacional (con académicos y docentes) y los medios que cada plantel pone a disposición de la comunidad académica para que se adapten a este nuevo entorno.
Quien, en efecto, crea que educación a distancia es simplemente utilizar BlackBoard, Microsoft Teams o Zoom, y subir documentos “PDF” o “PPT” a un repositorio institucional no solo se equivoca, sino que está lejos de acertar, y desde el momento en que esa sea su posición, como autoridad de una casa de estudios hace correr un serio peligro al proyecto educativo que lidera. Si no quiere ser una mera versión atenuada de las clases presenciales, la digitalización de la enseñanza en la educación superior –actualmente en curso por la fuerza de los hechos– demanda que cada institución reflexione sobre las competencias pedagógicas de sus docentes y su coherencia con las características de sus estudiantes; los contenidos a enseñar y sus posibilidades de ser impartidos en un entorno virtual aprovechando las herramientas que este medio genera, como la búsqueda rápida de información o el intercambio de experiencias con actores físicamente distantes; y transitar hacia métodos de evaluación que aseguren, en este demandante escenario, el aprendizaje de los estudiantes.
Si bien hay planteles técnico-profesionales y universitarios que comenzaron ya este proceso, con mayor o menor avance, lo importante es que parece haber consenso generalizado de su relevancia, la que trasciende mucho más allá del contexto de emergencia. Dicho de otro modo, esta transformación es más amplia y profunda que el “corona-teaching”, pues propende la posibilidad de utilizar estas tecnologías para mejorar la enseñanza en la educación superior, de manera similar a cómo hace ya varios siglos la imprenta permitió a las universidades escapar de su dependencia de la lenta transcripción de manuscritos y abrir de esta manera espacio para que sus académicos y estudiantes debatiesen sobre el sentido de sus lecturas.
Segundo, buena parte del conjunto de académicos (en el sector universitario) y docentes (en el mundo técnico-profesional), y en general todo el personal administrativo de las casas de estudios superiores, enfrentará el enorme desafío de realizar teletrabajo, lo cual, evidentemente, no estará exento de críticas ni dificultades. Por eso es pertinente preguntarse cómo las instituciones van a impulsar mejoras o, incluso profundizaciones en su cultura organizacional para adaptarse a este nuevo escenario.
Y, tercero, los estudiantes, “el centro” del proyecto educativo de las IES, enfrentan también un reto en este contexto. Para la mayoría de ellos, la educación a distancia continúa siendo una excepción en la docencia tradicional-presencial. En este sentido, es preciso que los estudiantes aprovechen activamente las posibilidades que ofrece la virtualización de la docencia, sea poniendo en cuestión la información que reciben, comparando los contenidos aprendidos con otras realidades o debatiendo su pertinencia. ¿Es posible previsualizar la nueva forma de relacionarse que tendrán los planteles y los estudiantes, por ejemplo, para crear fidelidad? ¿Cómo se abordarán, masivamente, los desafíos propios del bienestar y el desarrollo estudiantil? Estas son sólo algunas interrogantes que surgen de esta nueva forma de entender e impartir la docencia en la educación superior.
Para finalizar, es importante señalar que la digitalización de la enseñanza no mejora automáticamente la educación. Como sociedad estamos lejos ya de la confianza de décadas anteriores sobre el potencial revolucionario de las tecnologías de la información y la comunicación. Sin embargo, como aquí se ha sugerido, estas herramientas ofrecen, a la educación en general y la educación superior en particular, posibilidades que no son tan asequibles mediante la sola copresencialidad de docentes y estudiantes. El reto, por tanto, para cada institución de educación superior, así como para los marcos normativos que las regulan, es cómo enfrentarse a este nuevo desafío atendiendo a las misiones y fines que las distinguen, pues existe pleno consenso de que la pandemia mundial solo adelantó un fenómeno que, en el mediano y largo plazo, será una de las modalidades educativas más empleadas en Chile y el mundo.
Fuente: Aequalis