Por Arturo Fuentes E., Rector de IP CIISA y Consejero de Vertebral
Los profundos cambios que trajo la pandemia del Covid-19 en el mundo, obligó a las empresas y organizaciones a adaptar rápidamente formas remotas de organización del trabajo y de servicio y comunicación con sus clientes y proveedores. Algunos ya tenía camino recorrido en sus procesos de transformación digital. Otros tuvieron que improvisarlos o de lo contrario pasarían a la más completa invisibilidad e irrelevancia.
Ya transcurridos varios meses, muchos de esos actores se dieron cuenta que el teletrabajo es posible, y que contaban con parte o la totalidad de las herramientas y capacidades para hacerlo realidad. La prueba de ello es que el 85% de la economía chilena continuó funcionando durante este periodo. Una cifra promedio que puede ser engañosa, ya que está compuesta de industrias que cayeron más de un 70% como el rubro hotelero o gastronómico, y otras que mantuvieron su nivel de actividad o lo incrementaron, esto último gracias a su facilidad de adaptación al teletrabajo y la transformación digital de sus modelos de negocios, sus canales de comunicación, servicio y entrega de producto a sus clientes.
Estudios recientes de Cisco y BCG en 2020 han reportado un aumento de productividad entre un 15% y un 25% como resultado del teletrabajo. Por otro lado, también han descubierto que un 30% de los trabajadores han experimentado problemas de salud mental, y que aquellas empresas que los han abordado y apoyado a sus colaboradores, se han beneficiado de una mejor calidad y productividad del trabajo.
Prestigiosos consultores como Gartner, McKinsey y PwC ya anunciaban en 2019, antes de la pandemia, que el 30% de la fuerza laboral norteamericana tendría que aprender nuevas habilidades tecnológicas antes de 2030, ya que esos empleos desaparecerían o se transformarían. El World Economic Forum anunciaba que se crearía un 80% más del tercio de los empleos que se perderían, pero cuyos requisitos de habilidades y capacidades serían distintas y superiores, ligadas al dominio de las tecnologías 4.0. Hemos sido testigos como estos anuncios y tendencias han resultado premonitorios y han acelerado su avance durante la pandemia.
Algunas encuestas y opiniones ya reflejan favorables lecciones aprendidas de la experiencia del teletrabajo y muchas empresas ya han anunciado que modificarán sus hábitos de trabajo, incorporando parte importante de sus colaboradores en labores a distancia, perfeccionándolo, automatizándolo y potenciándolo con ayuda de herramientas tecnológicas y metodologías innovadoras. Esto sin duda se extenderá a sus proveedores y clientes, quienes a su vez deberán adaptarse a los nuevos canales y modelos de interacción remota, conformando un círculo virtuoso que tendrá profundas consecuencias sobre nuestras vidas profesionales y personales, gatillando cambios silenciosos pero profundos en todas industrias, muchos de ellos en forma permanente.
La educación no estará exenta de estos cambios. Si bien la educación a distancia ya había mostrado crecimientos importantes en los últimos años, la base de crecimiento seguía siendo pequeña y los actores dominantes y las empresas la continuaban observando con desconfianza.
La pandemia nos permitió demostrar que el país pudo funcionar gracias al teletrabajo, y que la educación no se paralizó por completo gracias a la capacidad de visión e innovación de las instituciones que se adaptaron y se atrevieron a innovar.
La pandemia desafió a las instituciones a continuar formando y educando, adaptando sus metodologías y contenidos con ayuda de herramientas tecnológicas para mejorar la experiencia educativa digital, esfuerzos que fueron premiados por una buena parte de los estudiantes y docentes que se comprometieron y esforzaron para el logro de los objetivos de aprendizaje y perfiles de egreso. Estudiantes que continuaron aprendiendo, aplicando conocimientos, desarrollando sus proyectos y evaluaciones de forma remota. Docentes que aprendieron o profundizaron sus conocimientos en tecnología y metodologías de aprendizaje a distancia, entendiendo que para muchos era el mejor esfuerzo que podían hacer, a pesar de que algunas plataformas eran rudimentarias y los apoyos básicos, pero que había que adaptarse y continuar adelante, de lo contrario se perdería el año.
Hay muchas instituciones y comunidades educativas que por muy buenas razones podrían desear que esto fuese pasajero y centrar todos sus esfuerzos en volver al mundo presencial de “la realidad previa” de antes de la pandemia. Sin embargo, a pesar de una baja ostensible en los contagios, las pruebas optimistas de las vacunas y el desconfinamiento gradual, que alimentará la sensación de que el final de la pandemia está cerca, la educación superior TP no retomará ni debería volver a su realidad 100% presencial previa por una razón en particular: el cambio de hábito en el trabajo.
Los futuros titulados entrarán a un mundo laboral que se habrá adaptado en buena parte al teletrabajo, generando modelos de trabajo híbridos o “blended”, y demandará esas habilidades en sus nuevos colaboradores y proveedores. Las instituciones que forman técnicos y profesionales, particularmente aquellas que forman “en lo práctico”, necesariamente deberán considerar esta nueva futura realidad, y entregar las herramientas y capacidades a sus estudiantes que les permitan diseñar, desarrollar e implementar soluciones a problemas en forma remota, interactuar con equipos a distancia en forma sincrónica y asincrónica, y contar con las habilidades comunicacionales y motivacionales en esa nueva realidad. El autoaprendizaje y el trabajo por objetivos desplazará crecientemente a los sistemas de instrucción presencial guiada y al trabajo medido en función de las horas empleadas y controladas.
Para ello deberemos efectuar cambios profundos en nuestros perfiles de egreso, adecuar los curriculums, innovar en modalidades y metodologías de aprendizaje “blended”, promover la obtención de competencias y habilidades transversales (soft skills), todo en un diálogo nutritivo y articulado con la industria, y lograr la incorporación, entendimiento y entusiasmo colaborativo de la comunidad y de las autoridades regulatorias, de modo que ello conduzca a una educación superior de mayor calidad y real pertinencia con las necesidades actuales y futuras del país.
Fuente: La Nación