Por Paola Lisboa Cordaro
Directora de Proyectos de Vertebral
Actualmente somos testigos de una verdadera carrera para obtener títulos y grados académicos. Parece importar más la cantidad de años estudiados y los magísteres o doctorados alcanzados, que potenciar el desarrollo de habilidades orientadas al mundo del trabajo.
En el mundo y en Chile, la educación superior es un tema prioritario, al considerarla una herramienta de movilidad social y crecimiento económico. Sin embargo, se tienden a sobreestimar los beneficios e ignorar los costos asociados a la expansión de la educación universitaria, situación que en muchos casos, sólo alimenta esta vorágine de acumulación de estudios.
Un artículo de The Economist (“Time to end the academic arms race”) recientemente publicado, expone que el gasto público en universidades se justifica por el aumento en los ingresos que obtienen los graduados en comparación a aquellos que no terminan sus estudios superiores, lo que impacta positivamente en la sociedad.
En el mundo, un tercio de los que ingresan a las universidades nunca se gradúan. Es así como los estudiantes menos preparados pueden sentirse atraídos hacia la educación universitaria, pero al abandonar los estudios, el costo en tiempo y recursos es muy grande para ellos.
No siempre un título académico, continúa el artículo de The Economist, es la mejor medida de las cualificaciones necesarias para el desempeño de un trabajo.
Es así como debieran existir una mayor variedad de mecanismos para adquirir habilidades técnicas y vocacionales, y fomentar la empleabilidad. Esto podría ser, por ejemplo, mediante cursos cortos y centrados en el trabajo, aprobados por los empleadores. Si las cualificaciones obtenidas fueran más rigurosas, los empleadores podrían considerarlas como demostraciones de habilidades y conocimientos, poniendo entonces menos énfasis en los títulos.
En la línea de lo anterior, la implementación del Marco de Cualificaciones Técnico Profesional recientemente lanzado es un buen comienzo, de manera de identificar las habilidades requeridas en los sectores productivos y permitir el desarrollo de trayectorias formativo- laborales integradas a lo largo de la vida.
De forma de concluir, podemos decir que la formación técnico profesional es una alternativa sólida, con potencial por desarrollar. En términos de políticas públicas hay espacios de mejora, de manera de impulsar estratégicamente a este sector y apoyarlo con recursos necesarios para su perfeccionamiento, tal como se hace con las universidades.
La tendencia general al alza en la matrícula y especialización de los programas que ofrecen los Centros de Formación Técnica e Institutos Profesionales, demuestra que existe una valorización de esta formación por parte de la sociedad chilena, considerando sus ciclos más cortos, flexibilidad, menores costos, y sus altas tasas de empleabilidad.