Por Andrés Silva López, secretario general del Centro de Formación Técnica San Agustín
La construcción de comunidades académicas sólidas depende profundamente de la integridad institucional, este concepto va más allá de seguir reglas; es un compromiso profundo y compartido por todos los niveles de la institución. La unificación de políticas es esencial para que la integridad no sea solo un concepto teórico, sino una realidad palpable y efectiva en el día a día de la comunidad educativa.
Para ello, las políticas de integridad deben ser coherentes y aplicadas de manera uniforme. La fragmentación de políticas o la falta de alineación entre los distintos actores de la institución pueden llevar a la erosión de la confianza y credibilidad de la misma. Para evitar esto, es crucial que todos los estamentos trabajen juntos, alineando sus esfuerzos hacia un objetivo común: la consolidación de una cultura de integridad que abarque todos los aspectos de la comunidad educativa y además a los agentes externos.
Este compromiso con la integridad debe ser proactivo. Las políticas no solo deben responder a transgresiones, sino también prevenirlas, mediante la educación continua, el diálogo abierto y la promoción de valores éticos. De este modo, se crea un entorno en el que la integridad es interiorizada y valorada por todos.
Independientemente de la estrategia que se adopte, es fundamental que la institución desarrolle una cultura de integridad, es decir, que cada acción esté alineada con su misionalidad. Esto implica implementar un modelo de prevención ya sea a través de matrices de riesgos, o comités de ética, o canales de denuncias, para asegurar que todos los miembros de la comunidad educativa conozcan y participen activamente en el progreso de estos mecanismos.
Además, las estrategias deben estar alineadas con la misión y el quehacer diario de la institución, integrando evaluaciones sistemáticas y un proceso de mejora continua, conforme a los principios de aseguramiento de la calidad establecidos en la política institucional. Si bien el liderazgo ético es crucial para inspirar confianza y promover la transparencia, lo más importante es que la confiabilidad en la integridad institucional sea compartida transversalmente, asegurando la sostenibilidad y la excelencia a largo plazo. Una cultura de integridad que trascienda niveles es esencial para consolidar la misión educativa de la institución.